“¿Olés eso? Es pis”, dice una mujer al pasar frente a un árbol en la esquina de Anchorena y avenida Santa Fe.
Está parada en la vereda, a pocos pasos del semáforo, entre una bolsa de residuos y montículos de cartón, sachets, potes de yogur, cáscaras y envases de jugo.
El olor es penetrante, agrio.
Una mezcla de basura orgánica con algo más rancio que no se ve.
Se pega en la garganta y flota en el aire caliente.
Algunos peatones se tapan la nariz al cruzar; otros bajan la cabeza y apuran el paso.
“Esto es Recoleta, pero parece Constitución”, protesta Nora Rodríguez, vecina del barrio desde hace más de veinte años.
Vive a una cuadra y afirma que ya se acostumbró a convivir con el hedor.
“Vengo todos los días a tomar el 152 y me tengo que bancar esta porquería.
Está lleno de ratas, cucarachas y olor a meo.
Nadie limpia”, cuenta a LA NACION..